No son
pocos los recuerdos que a uno le vienen cuando piensa en aquellos veranos que
pasaba en la infancia, y es que como muchos otros niños he tenido la suerte de
crecer en un pequeño pueblo. El verano era la mejor época del año, dos meses de
vacaciones sin responsabilidades, sin clases, sin madrugones… la única
obligación, disfrutar. El que ha tenido la oportunidad de veranear en un
pueblo, ha vivido mil y una experiencias que no hubiese encontrado ni en el
lugar más remoto del mundo.
Hay una
regla que aunque pasen los años nunca cambia, desde el momento que pisas el
pueblo solamente pasas por casa para comer, cenar y dormir. Los horarios: de 15:00
a 16:00 la hora de comer y de 22:00 a 23:00 la hora de cenar. No hay ni un
minuto que perder, ni siquiera para ver la televisión o echar la siesta.
El pueblo |
Los recuerdos
más lejanos se remontan a las primeras pedaladas que aprendí a dar en “la
calleja” de mi abuela con una bici antigua roja, pues que mejor sitio para aprender a andar en
bici que aquellas calles donde no pasan apenas coches. Desde ese momento la
bici se convirtió en el modo de transporte. Todos los amigos teníamos una bici
y pasábamos el día subiendo y bajando cuestas, recorríamos el pueblo de bar en
bar pidiendo chapas para después pasar horas jugando con ellas en las acercas y
canalones de las casas.
Más tarde
los tazos, cromos y otros juegos sustituirían a las chapas. También jugábamos
al fútbol o hacíamos goti goti con los palos de los chupa-chups. Con la paga de
100 pesetas comprábamos chucherías, chicles, flashes… ¡y nos duraba para toda
la tarde!
Plaza y ayuntamiento |
Íbamos
creciendo y los juegos también cambiaban. Fueron varios los años en los que
intentábamos construir cabañas en lugares secretos con los pales que cogíamos
de las obras, nos creíamos unos albañiles de primera con una azadilla un par de
martillos y unos clavos. Alguna vez organizábamos meriendas en las que
comprábamos embutido patatas y coca-cola. Y por las noches todos los niños del
pueblo, pequeños y mayores, nos reuníamos en la plaza para jugar a polis y
cacos donde el límite geográfico era todo el pueblo. El “Bote bote” o “No
retroceder” eran otros juegos a los que solíamos jugar.
Nos
gustaba hacer travesuras como preparar bombas caseras con botellas, aguafuerte
y papel de aluminio, colarrnos en el cementerio o en las escuelas, quitar los
tapones de aluminio de las ruedas de los coches para ponerlos en nuestras
bicis, llamar a los timbres y salir corriendo, adquirir inmobiliario público
como señales de tráfico o conos, hacer hogueras… en la mayoría de los casos nos
acababan pillando, en los pueblos todo se acaba sabiendo.
El pilón |
En
nuestra infancia también tuvimos tiempo para jugar a la game boy, al ajedrez, a
las cartas: “el come mierda”, “el mentiroso”…, partidos de frontenis, rutas de
bici donde explorábamos los pueblos colindantes, tardes de pantano o de
piscina… siempre teníamos algo que hacer, antes de acabar de comer ya estaban
los amigos con las bicis llamando a la puerta de casa y por la noche muchas
veces teníamos que decir a nuestras madres que nos preparasen el bocadillo para
salir lo antes posible.
Con la
edad aprendemos a valorar lo bien que lo pasábamos de pequeños, no me importaría
volver a jugar a las chapas o corretear por la plaza, en vez de pasar toda la
tarde en la terraza del bar o salir de fiesta todas las noches. Siento añoranza
cuando veo a los niños jugar a polis y cacos o cuando pasan una y otra vez con
su bicicleta por delante de la terraza donde estamos sentados. Sin duda alguna
los veranos de la infancia fueron unos años maravillosos que no los cambiaría
por nada.